Mario y Pedro están sin un duro desde hace rato y no es que se quejen demasiado
pero bueno, ya es hora de tener un poco de suerte, y de golpe ven el portafolio
abandonado y tan sólo mirándose se dicen que quizá el momento haya llegado. Está
solito el portafolio sobre la silla arrimada a la mesa y nadie viene a buscarlo. Ha
llegado el momento porque el café está animado en la otra punta y aquí vacío y Mario
y Pedro saben que si no es ahora es nunca.
Portafolio bajo el brazo, Mario sale primero y por eso mismo es el primero en ver la
chaqueta de hombre abandonada sobre un coche. Una chaqueta espléndida de
excelente calidad. También Pedro la ve, a Pedro le tiemblan las piernas por
demasiada coincidencia, con lo bien que a él le vendría una chaqueta nueva y además
con los bolsillos llenos de billetes. Mario no se anima a agarrarla. Pedro sí aunque con
cierto remordimiento que crece al ver acercarse a dos policías.
Esta no es una tarde gris como cualquiera y pensándolo bien quizá tampoco sea
una tarde de suerte como parece. Son las caras sin expresión de un día de semana,
tan distintas de las caras sin expresión de los domingos. Pedro y Mario ahora tienen
color, tienen máscara y se sienten existir porque en su camino florecieron un
portafolio y una chaqueta sport. Como tarde no es una tarde fácil, ésta. Algo se
desplaza en el aire con el aullido de las sirenas y ellos empiezan a sentirse señalados.
Ven policías por todos los rincones, policías en los vestíbulos sombríos, de a pares en
todas las esquinas cubriendo el área ciudadana, policías trepidantes en sus
motocicletas circulando a contramano como si la marcha del país dependiera de ellos
y quizá dependa, sí, por eso están las cosas como están y Mario no se arriesga a
decirlo en voz alta porque el portafolio lo tiene trabado, ni que ocultara un micrófono,
pero qué paranoia, si nadie lo obliga a cargarlo.
Pedro decide ponerse la chaqueta que le queda un poco grande pero no ridícula,
nada de eso. Holgada, sí, pero no ridícula; cómoda, abrigada, cariñosa, gastadita en
los bordes. Pedro mete las manos en los bolsillos de la chaqueta y encuentra unos
cuantos billetes y monedas. No le puede decir nada a Mario y se da vuelta de golpe
para ver si los han estado siguiendo. Quizá hayan caído en algún tipo de trampa
indefinible, y Mario debe estar sintiendo algo parecido porque tampoco dice palabra.
Parece que nadie los ha seguido, pero vaya uno a saber: gente viene tras ellos y quizá
alguno dejó el portafolio y la chaqueta con oscuros designios. Mario se decide por fin
y le dice a Pedro en un murmullo: no entremos a casa, sigamos como si nada, quiero
ver si nos siguen. Pedro está de acuerdo. Mario rememora con nostalgia los tiempos
(una hora atrás) cuando podían hablarse en voz alta y hasta reír. El portafolio se le
está haciendo demasiado pesado y de nuevo tiene la sensación de abandonarlo a su
suerte. ¿Abandonarlo sin antes haber revisado el contenido? Cobardía pura.
Siguen caminando sin rumbo fijo para despistar a algún posible aunque
improbable perseguidor. No son ya Pedro y Mario los que caminan, son una
chaqueta y un portafolio convertidos en personajes.
Luisa Valenzuela, Aquí pasan cosas raras.